UN RECUERDO A ENCARNA, QUE NACIÓ EN LAS FRÍAS Y NEVADAS NAVIDADES DE 1922.



     Las Navidades de 1922 se presagiaban especialmente frías. Hacía pocos años que una epidemia de gripe había asolado los pueblos asturianos y se decía que los niños que lograban sobrevivir crecían fuertes, inmunizados contra la enfermedad, la miseria y los rigores del trabajo. Secundo, madreñeru, y su esposa Evarista, vivían en Veneros, aldea muy cercana a Campo de Caso. Ya habían tenido cinco hijos y esperaban el sexto para esas fechas, con la ilusión de que naciera el mismo día que el Niño Jesús. Sin embargo, su nuevo retoño no pudo esperar y dos días antes, nació una nena a la que sus padres decidieron llamar Encarna.

         A sus 85 años y sentada en el acogedor salón de su casa, Encarna hace memoria y nos cuenta su vida. A pesar de que fue muy dura y muy sacrificada, no se lamenta por los sacrificios o sinsabores, sino que pone en valor las experiencias que fue acumulando, también los aprendizajes con las personas en cuyas casas trabajó desde que, prácticamente, era una nena.

Sus primeros recuerdos son de sus diez hermanos, algunos muertos a muy temprana edad, también los sacrificios de sus padres para criarlos, las correrías y juegos por Veneros a la comba, a la gocha, a les caniques, a les caduches... Encarna nos contó que entonces lo pasaban muy bien, sin televisión, ordenador o actividades extraescolares. Fabricaban las muñecas con una madeja de lana y cualquier palo o piedra servían para construir un juguete.

Con 11 años, Encarna dejó de asistir a la escuela. Era aún una niña que disfrutaba jugando con sus amigas, escuchando historias sobre “La luz de Veneros” y conviviendo con sus padres y hermanos. Pero la realidad era muy dura y, tuvo que ir a Nieves a vivir con su tía Esperanza, a la que ayudaba en la casa, en la huerta, con el ganado... También trabajó en Buspriz, pueblo casín que sólo se ve cuando se llega, de escondido que está entre las montañas. Con 14 años, vivió una de las más terribles experiencias de su vida: un bombardeo de la aviación que la sorprendió caminando sola desde Veneros al hospitalillo que se había instalado provisionalmente en la “Casa de Les Travieses”, de El Campu, a dónde llevaba la leche para los heridos. Un recuerdo muy triste es el relacionado con sus hermanos varones luchando en la guerra… alguno de ellos había estado hasta siete años en África.

         Tras la Guerra Civil, Encarna siguió trabajando en casa de varias familias de Campo de Caso. Gracias a su humor y cordialidad, narraba con una sonrisa dibujada en su cara sus avatares, como cuando iba a arreglar les vaques a la Collá Moñu, pese a la lluvia, el aire, incluso las intensas nevadas que había por esos años.

         Encarna trabajaba y enviaba el dinero a su familia. Ya era madre de una niña, Marisol, a la que luego seguiría Pedro. Por ello, decidió salir del concejo para ganar más dinero y asistió en Maraña (León), Ponga, Oviedo, Gijón... En esta última ciudad trabajó en casa de doña Amparo, de la Torre, donde según nos cuenta, aprendió a llevar bien una casa y conoció los secretos de la cocina. Sobre todo, allí se sintió respetada, querida y valorada por su trabajo.

         Con 38 años se casó con “Juan el de la Castellana, caminero de profesión y vecino del Arrobiu, de Campo de Caso. La pareja se estableció en El Campu y Encarna tuvo dos hijas más, Manuela y Ángeles, completando la familia.

         Poco después se convirtió en la cocinera del Colegio Rural Agrupado del concejo, donde trabajó hasta su jubilación. Encarna fue muy feliz en esta última etapa de su vida laboral: disfrutó de su familia y del amor de su marido e hijos, trabajó con los niños, a los que adoraba y por los que se sentía muy querida. No dudaba en echar una mano a don Jesús, el cura párroco, ayudar a los vecinos en los duros trabajos de la hierba o atendiendo el ganado, cuidar a los niños pequeños cuyos padres tenían que trabajar... y todo lo hizo desinteresadamente, por amor y solidaridad. Cada poco tiempo, llevaba una recua de guajes de excursión al Piqueru, a la fiesta de San Miguel, en La Llana, de merendeta e incluso de vacaciones a la Vega de Brañagallones. Los padres entregaban sus hijos a Encarna, aliviados y, sobre todo, confiados porque sabían que, además de adorar a sus propios nietos, Paquita y Jesusín, Encarna era la güela de todos los nenos.

         En 2008, Encarna acaba de cumplir 85 años. Vive acompañada de su hermana Luz y de su hija Ángeles, con Marisol y Manuela en casas próximas. Atiende su casa, cocina, cuida a su Luz, su hermana, y aún hoy se muestra dispuesta a ayudar a cualquier vecino que lo necesite. Sufre de artrosis y necesita ayuda de un bastón, pero visita a menudo Veneros, recuerda cuentos, historias y leyendas antiguas, conserva una memoria muy agradable de su vida, marcada por el trabajo, sacrificio y renuncias, así como por el inmenso amor por los demás. Cuando se despide de nosotros una dulce sonrisa se instala en su rostro, al contarnos que el próximo mes de junio la hija de su querido hijo Pedro, emigrante en Australia desde hace 30 años, vendrá a Asturias en viaje de novios. Su mayor orgullo es la familia que ha creado y su mayor riqueza, el cariño y respeto con que es tratada por todos sus vecinos.

 

 


Comentarios

Entradas populares