EN RECUERDO DE AMOR CABEZA, ABUELA CAMPESINA DE 2017

 


  En recuerdo de Amor, que fue elegida en 2017 "Abuela Campesina", por AMCA (Asociación de Mujeres Campesinas de Asturias).

        “En Gobezanes, amanece primero”. Cuando el sentimiento se expresa con pocas palabras, aparece la poesía. Si, además, son dichas por una paisanina pequeña y menuda, de nombre Amor, suenan como música celestial, transportándonos por unos instantes al paraíso que hoy, para muchos de nosotros, son los pequeños pueblos asturianos del concejo de Caso. Les casines de piedra, con el huertu y el horru cercanos; la iglesia, la escuela; la plazoleta y los pequeños caminos que salen del pueblo y se adentran en los montes de los alrededores, entre los que sobresalen las manchas verdes de los prados. El agua.

Amor es molinera. Durante la conversación se refiere en muchas ocasiones al molino que atendió durante casi toda su vida, del que guarda un recuerdo muy bueno, pese al frío, la humedad y el sacrificio. Yo fui feliz toda la vida trabajando”, dice la Abuela Campesina del año 2017.

Amor nació en 1924 en Caleao, el pueblo más grande del concejo de Caso. Hija de José y Balbina, nieta de Juan de Javier, que fue el único abuelo al que conoció, ya “viejín y con temblor de manos”, del que recuerda que había tenido mucho ganado y hacienda. Fueron varios hermanos: seis mujeres -de las que ella era la última- y dos varones, todos, como era normal, trabajando en casa y mientras fueron pequeños, yendo a la escuela. ¡Cómo no iba a haber nenos en la escuela de Caleao! Tantos que, en aquellos años, eran necesarias dos aulas: una para las hembras y otra para los varones. La Abuela recuerda el nombre de los maestros de los nenos: Toribio, que era del pueblo, y Antonio, que vino de fuera. Se acuerda también de la bondad de alguna maestra, del único libro con el que estudiaban y de las clases de bordado, que echa de menos en la actualidad, cuando “ya no enseñen ni a pegar un botón”. Y aprovecha para decir que no entiende que se gaste dinero en comprar ropa con rotos y descosidos...

Rememora una infancia humilde y feliz. Los Reyes Magos no traían juguetes como los que tienen sus bisnietos, pero sí dulces higos pasos y caramelos que convertían el  seis de enero, en un día muy especial. Por la noche, ella y sus hermanas dormían en la sala, pues los cuartos eran para los padres y los varones. Trabajaban en el campo, con el ganado, en la huerta. Había que meter mucha hierba”, dice Amor. Y como Melchor, Gaspar y Baltasar sólo les traían deliciosas chucherías, las hermanas hacían sus propias muñecas de trapo y aprovechaban todo lo que rompía en casa para hacer sus cunas, mientras los nenos convertían “un tarucu y un xugu de maderaen algo diferente cada día.

Los padres de antaño eran muy severos y el de Amor llevaba a rajatabla el rigor en la educación de sus hijos. Dos veces al Cristo de Tanes y un día a la Feria, y volver a casa antes de que se hiciera de noche”. Menos mal que Amor tenía unos tíos en Gobezanes, y de vez en cuando, su padre le daba permiso para ir unos días con ellos. Era un pueblo más pequeño, metido en la Tercia, desde el que se divisaba un paisaje que a Amor le pareció tan hermoso como el de Caleao. Durante una de esas estancias, conoció a Recaredo Barrial, segundo de los hermanos, agricultor, ganadero, muy buena persona que se convertiría en el padre de sus hijos y que la convertiría en molinera, profesión que desempeñó siempre con mucho orgullo.

El destino parecía haberle marcado otro trabajo pues, tras la boda y establecidos en Gobezanes, explotaron el bar del que Recaredo se había hecho cargo, tras la marcha de su tío, que era el propietario. Pero éste regresó y la pareja aprovechó la oportunidad de explotar el molino propiedad del padre de Recaredo, y de comprar una pequeña casa, “un cubil que no era vivieru”, dice Amor, que fueron arreglando íntegramente, poco a poco, para que ellos, y los tres hijos que tuvieron -Balbina, Antonio y Jesús- vivieran con la mayor comodidad posible. Uno de sus hijos, Antonio, ¡casi nace en el molín! por el afán de la madre en aprovechar el día, pues había poca agua y quería dejar el trabajo hecho.

“Hijos, marido, molino, trabajo”. Esa fue la vida de Amor, que no echó de menos las diversiones, porque como ella dice, no se conocían”. Sin embargo, cada año acudía a lo que para ella era una cita sagrada: las fiestas de Ricao, en Caleao. Desde Gobezanes, iba andando con sus hijos de la mano hasta Tanes, donde se peinaba en la peluquería del pueblo. Después, seguían caminando hasta Caleao y allí se quedaba hasta el día siguiente. La misa ante su Virgen, las conversaciones con las amigas y el regreso a la casa familiar, convertían el día en una jornada alegre y entretenida. Con su marido, iba a las fiestas de Santiago de Bueres, en el mes de julio y, sobre todo, disfrutaba de la fiesta de San Antonio, el patrón de Gobezanes.

Amor trabajó durante toda su vida, en el molino, pero también con el ganado y la huerta. El marido picaba las piedras y repartía los fuelles; ella atendía el molino: echaba el maíz en la mochera -después de comprobar que estaba suficientemente curado-, controlaba las ruedas, sacaba la harina. Entre los dos atendían el ganado -llegaron a tener 20 vacas- y trabajaban en los prados y la huerta. Según los hijos iban creciendo, colaboraban con ellos, contribuyendo a que la carga fuera más ligera, preparándose para que, cuando llegara el momento, continuaran explotando la hacienda familiar. Todos trabajaron en el molino y ayudaron a sus padres, hasta que la enfermedad de Recaredo -motivada por el polvín de la piedra- y el declive de esta actividad tradicional, llevó al cierre.

Todo llega y tras una vida de intenso trabajo, el momento de la jubilación es bienvenido. Pero en ocasiones... pueden surgir contratiempos, como el que se encontró Amor cuando comprobó que el hecho de que su documento de identidad marcara diez años menos de los que correspondían, podía significar diez más de trabajo. ¡Cuántas complicaciones de papeleo! A punto estuvo de resignarse a ello, pero logró justificar su verdadera edad y por fin, disfrutar de una jubilación, que ella, una mujer organizada, disciplinada y muy positiva, supo aprovechar muy bien.

Fue a un balneario de Galicia varios años y estrenó un bañador, ella que nunca pensó poner ninguno. El primer día tuvo alguna dificultad cuando, vestida con el albornoz, debió bajar en el ascensor hasta la zona de las piscinas. ¡Veía tantos botones que no sabía cuál debía tocar! Menos mal que llegaron otras personas muy amables que le indicaron lo correcto, y nunca más se le olvidó. Las termas naturales fueron un bálsamo para sus trabajados pies, disfrutaba con los cuidados, las comidas, el ambiente.

Por supuesto, Amor no prescindió de sus animales. Además de su perra Tuca y de los dos o tres gatos que siempre la acompañan, disfruta viendo las vacas y ovejas de sus hijos y vecinos. Cuenta como en el día de ayer, “pasó una oveja con tres corderinos, unu tan pequeñu como un ratón, tan listu que prestaba velu”, y recuerda los corderinos que sacó ella adelante con los biberones.

Se sintió muy feliz el día del homenaje en El Campu, el pasado mes de junio. El Ayuntamiento de Caso la nombró “Paisana del año”, y percibió el cariño y admiración de sus vecinos. Al principio estaba un poco nerviosa; después, lo pasó mucho mejor de lo que esperaba.

Sobre todo, disfruta de la familia que creó con Recaredo. De sus hijos, que heredaron esa vocación por el trabajo y el amor por la cultura propia, la ligada a los pueblos y sus costumbres. De sus tres nietos, -Manuel, Toño y Marta-, para los que desea “un poco de suerte y salud para trabajar y, sobre todo, de tres bisnietinos, para los que teje unes chaquetines y a los que espera impaciente cuando sabe que llegan de visita, pues la tienen totalmente enamorada.

Amor tiene 93 años y se sienta aún erguida, en la cocina de su casa de Gobezanes. Es menuda y curiosina, como dicen en Casu. Conserva ese gesto ordenado que debió ser la seña de identidad en su juventud, cuando sólo tenía un “vestidu de vestiry disfrutaba probando los de sus cinco hermanas. Tenía catorce años cuando calzó sus primeros zapatos y hoy, que tiene “medallas, collares y escarapelas”, sigue disfrutando, pero viéndolas en las demás. Cuando nos despide en el portal de su casa, en Gobezanes, entendemos por qué, en estos tiempos tan complicados, necesitamos su ejemplo.

 

 

 

 

 

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